Una de las grandes sorpresas de la segunda guerra mundial, que pasa desapercibida desde el punto de vista actual, fue en su día el nivel técnico y profesional que había alcanzado la marina imperial japonesa. Esto se debió en buena medida a un absurdo sentimiento de superioridad de las potencias occidentales sobre un imperio que estimaban atrasado y sumido en un semifeudalismo. En este sentido, la derrota aplastante de la flota rusa a manos de la japonesa en la guerra de 1904-1905, que ya hemos tocado tangencialmente en este blog y sobre la que volveremos, debiera haber convencido al mundo de que Japón tenía una sólida y moderna doctrina naval.
Sin embargo, lo cierto es que antes de Pearl Harbor se consideraba que si bien Japón tenía una flota considerable, ésta podía ser contrarrestada por la flota del pacífico estadounidense sin problemas. Sin embargo en los primeros meses de la guerra, se mostró como un instrumento de guerra afinadísimo e hiperentrenado y motivado, arrasando todo a su paso. Este instrumento se basaba en varios campos pioneros. Uno, el más conocido, era su fuerza de portaaviones y sus correspondientes fuerzas aeronavales, muy superiores en doctrina y táctica a sus homólogas. Otro pilar, del que nos ocupamos hoy, era una fuerza moderna de destructores y cruceros equipados con torpedos de largo alcance, los denominados "Long Lance" o type 93, considerado el mejor torpedo de su tiempo. Los destructores japoneses desarrollaron una depurada técnica de combate nocturno con torpedos que les reportó numerosas victorias. Sólo la introducción del radar y de tácticas adecuadas por parte de los estadounidenses pudo equilibrar la balanza, tras una serie de calamitosas derrotas.
Pues bien, la efeméride que nos ocupa hoy fue la primera ocasión en la que los estadounidenses pudieron plantear una batalla a la marina imperial japonesa en su campo, es decir, un combate nocturno entre flotillas de destructores al torpedo y cañón, y ganarla claramente. Esta aseveración, sin embargo, como veremos, no refleja la realidad pura y dura, ya que la flotilla japonesa no iba en patrulla de combate, sino en misión de transporte, y fue objeto de una bien planificada emboscada. Sin embargo, ello no obsta al hecho de que la U.S. Navy fue capaz de organizar y ejecutar una operación nocturna de destructores casi perfecta utilizando tácticas ajenas con el inestimable añadido del radar.

De esta forma, en la noche del 6 de agosto de 1943, los destructores Hagikaze, Arashi, Shigure y Kawakaze (éste último sustituía al Amagiri, dañado por el abordaje a la PT 109), partieron hacia Kolombangara. Contrariamente a las ocasiones anteriores, en las que uno de los destructores actuaba como piquete de descubierta sin transportar tropas, esta vez todos iban cargados. Por lo tanto, ninguno de los destructores actuaba como buque de combate puro, y encima se repetía la ruta de las tres últimas ocasiones. Fue la receta para el desastre.
No hubiese sido así si la U.S. Navy hubiese mantenido su nivel de ineficiencia demostrado en la anterior salida, pero esta vez, para variar, la empresa de interceptar al express se asignó a una fuerza pura de destructores. El alto mando americano no confiaba en absoluto en este sistema, pero la falta de una fuerza de cruceros disponible dejaba ésta como única opción. De esta forma, los destructores USS Dunlap, Craven, Maury, Lang, Sterett y Stark, al mando del capitán Frederick Moosbrugger, se dirigieron al golfo de Vella divididos en dos grupos. Uno tenía la misión de atacar con torpedos y el otro de cruzar la línea tras el ataque y cañonear al enemigo. Para no delatar su posición en espera con el radar encendido, Moosbrugger ordenó que no se abriese fuego de cañón hasta que los torpedos estuviesen alcanzando su objetivo. Se afinaron las espoletas y la profundidad de recorrido de los torpedos, equipados con una nueva cabeza explosiva. Los tubos lanzatorpedos fueron cubiertos con paneles para que no se produjesen flashes delatores al dispararlos. Nada se dejó al azar. Cuando se recibió el parte de un avión de reconocimiento avistando la flotilla japonesa, los dos grupos tomaron posiciones entre el rumbo previsto del enemigo y tierra firme, enmascarando su posición contra el horizonte en una noche sin luna, y esperaron.

Los destructores de Moosbrugger se acercaron a intentar socorrer a los soldados y marineros japoneses que se debatían en el agua, pero éstos rehusaron ser rescatados, lo que se tradujo en la muerte de más de 1.000 hombres, la mayor parte ahogados. Casi trescientos alcanzaron la costa a nado y se incorporaron a la defensa de la isla, sólo para ser evacuados al poco tiempo.
De modo que, finalmente, los estadonidenses habían cazado al Tokio Express. No sería sin embargo el último coletazo del "Long Lance". Pero eso, una vez más, será otra historia...
Fuentes: Wikipedia, Destroyer History Foundation.