miércoles, 9 de mayo de 2012

4 de agosto de 1704: Fuerzas angloholandesas toman Gibraltar



El 1 de noviembre de 1700 Carlos II, último rey de la dinastía de los Austrias, muere sin descendencia. El conflicto sucesorio que se abre a continuación desemboca en la llamada Guerra de Sucesión a la Corona española. En la misma se vieron involucradas todas las potencias europeas de la época, que tomaron partido por uno u otro de los pretendientes en lo que prometía, y resultó ser, un provechoso desmembramiento de uno de los imperios más poderosos y extensos, que arrastraba una larga decadencia de la que el reinado de Carlos II fue el colofón. El resultado de tal guerra tendría una importancia crucial en el equilibrio de poder en los siglos XVIII y XIX, y muchas consecuencias del mismo perduran hasta nuestros días. Dos de las más evidentes son el reinado de la casa de los Borbones en España, y la soberanía británica sobre el Peñón de Gibraltar, siendo el único de los dominios del Imperio Británico subsistente en Europa y una herida abierta en las relaciones angloespañolas.

Dos fueron los candidatos al trono vacante. Por un lado Felipe de Anjou, de la casa de los Borbones, nieto de Luis XIV, el rey Sol, y que por tanto contaba con el respaldo de Francia, potencia dominante de aquel entonces, que veía la posibilidad incluso de unificar un inmenso imperio con los territorios ultramarinos de España bajo el dominio de los Borbones. Precisamente para evitar esta supremacía francesa, la otra candidatura, la del Archiduque Carlos de Austria, fue apoyada por Inglaterra, Holanda y el Sacro Imperio Romano Germánico, que formaron la  Gran Alianza de La Haya ante la aceptación del testamento de Carlos II por Luis XIV y la entrada en España de Felipe de Anjou como rey. Esto da lugar a que en 1702 la Gran Alianza declare la guerra a Francia y España.

Este panorama se complica por el carácter civil de la contienda, ya que diversas regiones y reinos de la Corona Española también toman partido por una causa o la otra, causas que por cierto llevan aparejadas su propia idiosincrasia y política, caracterizada la borbónica por un eminente centralismo, algo que a priori echó a las nacionalidades históricas en brazos de la causa austracista por la amenaza a sus fueros y privilegios. De esta forma la guerra de sucesión tuvo también un marcado carácter de lucha interna y de cambio de sistema de gobierno. Este ambiente, en el marco de un imperio decadente, en bancarrota y con escasas o nulas fuerzas en el campo militar, abonó el camino para que los beligerantes cercenasen intereses españoles aún cuando en teoría se encontraban respaldando a un pretendiente al trono.

Esto fue básicamente lo acontecido con Gibraltar. Inglaterra y las provincias unidas de los Países Bajos (Holanda) contaban con las mayores y mejores fuerzas navales de la época, junto con Francia y su ascendiente Marine Royale. De esta forma se aprovechó la superioridad naval para acosar al tráfico de caudales, con la captura de galeones de Indias y el ataque a la flota de la Plata en la ría de Vigo, en la llamada batalla de Rande, en 1702. La flota angloholandesa por tanto campaba a sus anchas en el litoral peninsular.

En marzo de 1704 el pretendiente Carlos de Austria desembarca en Lisboa, desde donde pretende avanzar hacia Extremadura por tierra. La flota angloholandesa se dirige al mismo tiempo a Barcelona, bajo el mando del almirante británico George Rooke y el designado como virrey austracista de Barcelona, el príncipe de Hesse-Darmstadt. Sin embargo fondeados frente a la ciudad, ésta se declara fiel a Felipe V y tras bombardear la plaza, la flota se retira. Es entonces cuando surje la idea de atacar la plaza de Gibraltar, de la que se tienen noticias de que se halla casi indefensa, y que puede permitir la ocupación de un bastión en todo un eje estratégico para la causa Austracista.

Efectivamente, cuando el 1 de agosto de 1704 la flota entra en la bahía de Algeciras, con 61 buques de guerra, 25.000 marineros y 9.000 infantes, y una dotación artillera de 4.000 cañones, las defensas de la plaza son exiguas. Gibraltar basa su defensa en unas fortificaciónes de un siglo de antiguedad, constridas bajo mandato de Carlos V, y obsoletas ante la incrementada potencia artillera. En esas fortificaciones se emplazan 100 cañones, la mayor parte inútiles y que sólo cuentan para su dotación con unos 100 soldados, a los que se unen milicias civiles hasta completar un desolador panorama de 470 defensores, al mando del sargento mayor Diego de Salinas.

La situación no puede ser peor para la defensa. Los medios con que cuenta imposibilitan una larga resistencia, tanto al asedio como al simple asalto masivo, y por otro lado tampoco es de esperar un socorro exterior en un plazo razonable que pudiese obligar a retirarse a la flota. De todos modos el cabildo junto con los mandos Gibraltareños rehusó reconocer al Archiduque Carlos y declaró su fidelidad a Felipe V. De este modo, se producen los primeros movimientos, con el desembarco de un contingente de cerca de 4.000 hombres en la actual Puente Mayorga. Tras diversos movimientos intimidatorios, finalmente el 2 de agosto 1.800 hombres bajo el mando del Príncipe de Hesse-Darmstadt forman ante los muros en el itsmo, y el almirante Rooke ordena a su flota atacar los muelles y la fortaleza. A las 5 de la mañana del 3 de agosto la flota abre fuego. El pánico cunde en la ciudad y parte de la población acude a refugiarse al santuario de la Ermita de Punta Europa. Simultáneamente un grupo de milicianos catalanes que servía a la causa austracista consigue desembarcar en lo que hoy se conoce como Catalan Bay. Pese a un pequeño revés cuando los defensores vuelan la torre del puerto nuevo cuando es asaltado por fuerzas navales, finalmente tropas bajo el mando del Almirante Byng toman como rehenes a una parte de los civiles y cercan la ciudad por el Sur.

Ante este panorama, y tras cinco horas de un nuevo bombardeo, en la Plaza se iza la bandera parlamentaria. Tras negociarse la vuelta de los rehenes y la salida de las tropas con armas y bagajes, así como la salida de la población gibraltareña, el 4 de agosto de 1704 se realiza la entrega formal a la plaza al Principe de Hesse-Darmstadt. De esta forma Gibraltar pasaba a control austracista.

Sería posteriormente cuando George Rooke, apercibido de la increíble posición estratégica del enclave, nombró el peñón bajo soberanía de la reina Ana de Inglaterra, en lugar de bajo la soberanía del archiduque Carlos de Austria que decía defender. Durante los 9 años siguientes tropas francesas y españolas intentarían sin éxito recuperar la plaza.

Las hostilidades terminan el año 1713 con el tratado de Utrecht. Inglaterra consigue su parte de los despojos: la cesión a perpetuidad de la isla de Menorca y del Peñón de Gibraltar, bajo úna única cláusula, que es que si el territorio dejaba de ser británico, España tendría el derecho a recuperarlo.

Gibraltar se convirtió en el eje de múltiples batallas y disputas, siendo intentada su recuperación por España en varias ocasiones. Asimismo fue escenario y base privilegiada de la Royal Navy que la ha llamado desde siempre "The Rock", aprovechando su excelente posición estratégica. Base de la Fuerza "H" en la segunda guerra mundial y perfil reconocido y amigo para seis generaciones de marinos británicos durante 300 años, Gibraltar es uno de las piedras angulares y lugares eminentes de las simbología del poder naval de Gran Bretaña. Nos encontraremos con este hito geográfico más de una vez en este periplo.


Pero eso, una vez más, será otra historia....

Fuentes: Wikipedia, todoababor, elaboración propia
Pinturas: "El último de Gibraltar" Augusto Ferrer-Dalmau
              "HMS Victory towed into Gibraltar" Clarkson Stanfield

2 comentarios:

  1. Ah qué los ingleses, siempre mediéndose donde nos los llamaban. Pero también resulta increíble, como una isla sin chiste, puedo durante tanto tiempo amedrentar y humillar al que acaso fue el Imperio más grande todos los tiempos. Y otra cosa, el Imperio Español, sufrió gracias a su arrogancia y a su nula pervivencia industrial. Sufrió el mismo mal que el imperio romano: la holgazanería.

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    1. Precisamente el carácter insular de Inglaterra fue determinante para que llevase a cabo una política oceánica expansiva. Y eso también les benefició en el sentido de que daban la batalla dónde y cuando les resultaba conveniente, lo cual es uno de los principios militares básicos. Pero sin duda, como bien dices, la desidia y arrogancia de un gigante con pies de barro como el imperio español de los austrias menores ayudaron a este lamentable desenlace. Sólo ver el estado de la hacienda y las fuerzas navales operativas de un imperio que dependía del nexo atlántico en 1700 es muy indicativo. media docena de buques, obsoletos y de escaso porte, para el imperio ultramarino más extenso de la época. Poco más hay que decir.

      Gracias por tu comentario, Alberto.

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