En 1805, Inglaterra se encontraba en una situación apurada. Sin un aliado continental que le diese la posibilidad de plantear un segundo frente, el bien engrasado y preparado ejército francés de Napoleón Bonaparte acampaba en Boulogne, a escasos km. de la costa, preparado para proceder a la invasión de su entonces único enemigo, al otro lado del Canal de la Mancha. Pocos podían discutir la preeminencia y superioridad del ejército francés sobre el británico, tanto numérica como en calidad, pero para forzar un combate terrestre había que salvar un obstáculo geográfico, el Canal, y ello llevaba aparejada la necesidad de sacar de la ecuación a la Royal Navy. Los "muros de roble" británicos se disponían a detener la invasión.
En Inglaterra se trabajaba febrilmente en varios frentes. Por un lado, todo cuanto navío podía alinearse se sumaba a las diversas flotas de bloqueo de los puertos franceses y españoles, y el almirantazgo, y en particular su personalidad más destacada, Horatio Nelson, buscaban la batalla definitiva con las armadas combinadas francoespañolas que diese a los ingleses una superioridad naval incontestable. Ello era así porque, pese al estado bastante lamentable de la escuadra española, si ésta se sumaba a la numerosa Marina imperial francesa, entre ambas equilibraban la balanza del poder marítimo y suponían una amenaza mucho mayor que cada una de ellas por separado. La armada española, mal mantenida y pagada, y deficitaria en fuerzas sutiles de fragatas y barcos menores, contaba sin embargo con una serie de navíos de línea excelentes, de 112 cañones, superiores a todos los británicos, que como mucho artillaban 98-100, y también con el icono naval de su época, el coloso Santísima Trinidad, de 4 puentes y 136 bocas de fuego. Esa potencia fue la que Napoleón buscó y obtuvo para su armada, y favorecido por el caos de gobierno que imperaba en España, la armada española, es decir, el cuerpo más preparado y dotado de todas las fuerzas armadas, se pondría al servicio de una potencia extranjera, dejando de lado intereses propios. Por otro lado, la diplomacia británica buscaba forzar una ruptura de hostilidades por parte de Rusia y Austria contra Francia que forzasen a Napoleón a sacar a su ejército de Boulogne.
El plan francés consistía en sacar del zona del Canal a la mayor parte de la Royal Navy y aprovechar dicha circunstancia para forzar un cruce del mismo. Para ello, una flota combinada francoespañola de grandes dimensiones se dirigiría a la zona del Caribe para amenazar el comercio británico y sus posesiones en la zona. El cebo y la amenaza, demasiado sustanciosos para ser ignorados, llevaría al principal cuerpo de la flota británica en persecución de la escuadra combinada a través del atlántico. Cumplida esa misión, la combinada debía regresar sin plantear combate directamente al Canal, donde cubriría el paso del ejército. Cuando la flota británica llegase a la zona éste ya habría cruzado. Lo que pasase entonces con la combinada, siempre según el parecer de Napoleón, carecería de importancia.
El plan, que requería para su éxito de una coordinación poco menos que imposible con los medios de la época, y fruto de una mente estratégica continental, bastante ignorante de temas navales, sorprendentemente, funcionó en un principio. La combinada, al mando del almirante Pierre-Charles Villeneuve con 14 navíos de línea franceses y 6 españoles, al mando del Teniente General Federico Carlos Gravina y Nápoli, burló el bloqueo, despistó a Nelson obteniendo una ventaja significativa y cruzó el atlántico, sembrando el caos en la navegación británica en las Antillas, y llevando detrás en franca persecución lo más granado de la Royal Navy. Una vez se tuvo noticias de la llegada de Nelson a la zona, la combinada puso rumbo a Brest.
Sin embargo, los ingleses no habían permanecido a la espera, y habían dispuesto una segunda flota de 15 navíos de línea al mando del Almirante Calder para vigilar los puertos bloqueados del litoral francoespañol y cortar un posible regreso de la flota combinada. Y en esa circunstancia, en la mañana del 22 de julio de 1805, a través de una densa niebla, se avistaron las velas de la escuadra francoespañola que regresaba tras una trabajosa travesía, a unas 117 millas al sudeste de Ferrol, en las proximidades del cabo Finisterre.
Pese a su inferioridad numérica, Calder formó una línea y tomó rumbo hacia la Combinada, que se aprestó a formar asimismo una línea de batalla. La maniobra británica buscaba ganar el barlovento a la escuadra combinada y cortar su línea para así separar sus fuerzas y batirlas por separado. Sin embargo en la vanguardia de la flota combinada estaba la división española, y Gravina, un mando muy agresivo y capaz, previó la maniobra inglesa y la contrarrestó eficazmente, conservando el barlovento y obligando a los ingleses a un combate en línea.
Todas estas maniobras se vieron obstaculizadas por la densa niebla que prácticamente impedía ver más allá del siguiente buque en la línea, y suponía una pesadilla táctica. La maniobra de la combinada dejó a la vanguardia española batiéndose con casi la totalidad de la línea británica en medio de la niebla, mientras los franceses seguían las aguas españolas con exasperante lentitud, sin apercibirse de que con ello malgastaban la ventaja obtenida, y sin coordinarse para obtener ventaja de su superioridad, ya que los últimos navíos de la línea francesa se encontraron sin contraparte británico al que batir, mientras los navíos españoles de vanguardia debían intercambiar fuegos con varios enemigos. Aún así, la disciplina de fuego española fue constante y varios navíos británicos fueron seriamente dañados. Sin embargo, los daños equivalentes sufridos por los navíos españoles tuvieron peores consecuencias, ya que su posición a favor de viento, en principio ventajosa, se tornó en un grave problema ya que al quedar sin gobierno, los navíos eran arrastrados hacia la línea enemiga, mientras esta misma inercia en el caso de los ingleses los sacaba del combate limpiamente.
De esta forma, los navíos Firme y San Rafael derivaron en medio de la niebla hacia los ingleses, que se toparon con ellos casi de casualidad y pudieron rendirlos atacando a cada uno por separado con varios de sus navíos. El navío España se libró de la misma suerte por la intervención de los franceses Mont Blanc y Atlas. Mientras tanto, la retaguardia de la combinada no entró prácticamente en el combate. Gravina solicitó a Villeneuve que éste permitiese a la retaguardia salir de la línea, demasiado prolongada, para envolver a la escuadra británica por el otro costado, pero Villeneuve no lo autorizó. Esta falta de flexibilidad táctica convirtió una situación a priori ventajosa en una derrota táctica. Con la caída de la noche, se interrumpió el contacto.
A este respecto hay que manifestar que el comportamiento de los marinos franceses y su coordinación y ayuda a los españoles, y viceversa, siempre tuvo detrás una firme voluntad y espíritu constructivo por ambas partes. Sin embargo, la rigidez de su mando hizo que en esta ocasión la parte más gravosa del combate fuese soportada por los 6 navíos españoles sin que varios de los navíos franceses llegasen a entrar siquiera en combate. Ello daría lugar al mito, con cierto trasfondo de verdad, de que los franceses dejaron a sus aliados en la estacada. Ejemplo de lo dicho es el rescate por parte del Mont Blanc y del Atlas del navío España, por un lado, y el hecho de que el francés Pluton pasase por el costado del Firme mientras éste se encontraba derivando hacia la línea inglesa, y tras un leve intento de ayuda, se perdiese entre la niebla.
El almirante inglés se encontraba en una situación apurada, con sus dos presas, navíos muy vetustos y gravemente dañado, tomadas a remolque, junto con varios de sus navíos, sobre todo el Windsor Castle, prácticamente desarbolados. Por ello rehuiría el combate en las dos jornadas siguientes, pese a que Villeneuve, al que de repente le había entrado la iniciativa, intentó sin éxito su persecución. Finalmente, se decantaría por dirigirse a la costa gallega en demanda de puerto ante los daños sufridos mayoritariamente por los buques españoles, recalando primero en Vigo y después en Ares y Ferrol. Allí se tomaría la decisión que condenaría la campaña y el plan de Napoleón al fracaso: Villeneuve daba por imposible acudir al Canal y se dirigiría a Cádiz, donde esperaba reforzarse con varios navíos de primera clase españoles surtos en aquel puerto. La cólera de Napoleón al saberlo daría lugar a la destitución del almirante francés y su sustitución por Rosilly. Pero antes de verificar dicho cambio, Villeneuve intentaría lavar su honor y su falta con sangre... ajena. Pero esa, es otra historia...
El almirante inglés Calder no recogió demasiados laureles por su victoria. Sus dos presas, demasiado viejas y dañadas, fueron destinadas a pontón de prisioneros, y fue encausado por su proceder en la batalla.
Ante las insinuaciones por parte de Villeneuve sobre el comportamiento de los españoles, reflejamos lo comentado por Napoleón:
"Los españoles se han batido como leones"
"Gravina es todo genio y decisión en el combate. Si Villeneuve hubiera tenido esas cualidades, el combate de Finisterre hubiese sido una victoria completa"
Fuentes: Elaboración propia, Wikipedia y todoababor.com
Imágenes: enlace "Santisima Trinidad" y Cuadro "Finisterre" de Carlos Parrilla Penagos.
la verdad ,siempre me han interesado las batallas navales,y he leido sobre ellas, pero nunca habia leido nada sobre esta .(la batalla de la niebla )
ResponderEliminar