miércoles, 30 de octubre de 2013

8 de agosto de 1588: Batalla de Gravelinas

Marca la efeméride de hoy el punto álgido de la campaña naval de Felipe II contra Inglaterra que llegaría a ser conocida como "La Armada Invencible", pese a que nunca se la nombró así en las crónicas de los Austrias ni fue conocida por tal nombre, sino como "La Felicísima Armada". 

Se han vertido ríos de tinta sobre estos hechos y sus causas. Lo cierto es que lo vasto del imperio de los Austrias lo convierte en la potencia del momento a lo largo del siglo XVI, y también en el enemigo a batir. En cuanto a Inglaterra, su reforzado poder real empieza a concentrarse ya con Enrique VIII en formar una poderosa armada, beneficiándose de una guerra de corso y disimulada contra las comunicaciones transoceánicas del Imperio español. A la rivalidad económica y la lucha por la preponderancia en Europa se le suma, como no, el problema religioso ante una corona como la hispánica que se erige en protectora de la ortodoxia de la iglesia católica frente a las corrientes reformistas que se declaran en centroeuropa, con el protestantismo, y en Inglaterra, con la iglesia anglicana, desembocando en un cisma y un antagonismo que durará siglos. La situación se enquista aún más bajo el reinado de Isabel I, y los acontecimientos derivarán en una guerra abierta.
Sin embargo entre el germen de la idea y su ejecución pasan varios años, debido a los múltiples compromisos bélicos en otros frentes a los que debe hacer frente Felipe II, y a sus propias dudas. A esto se suma el ataque preventivo a Cádiz y la costa portuguesa que efectúa Francis Drake en 1587, y cuyo principal objetivo es destruir los buques en construcción y los bastimentos que ya se estaban preparando para la empresa, Éste, Francis Drake, John Hawkins, Martin Frobisher y sobre todo el Lord Almirante de Inglaterra, Charles Howard, Conde de Nottingham serán los principales mandos ingleses que se enfrentarán a la Armada . Los principales estrategas por parte Imperial son D. Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, marino experimentadísimo que apostaba por una empresa que implicase un asalto directo de la flota desde la península ibérica, y D. Alejandro Farnesio, Gobernador y Capitán General de los Países Bajos, que abogaba por un asalto sorpresa mediante un cruce nocturno del canal con buques de poco calado. 

Finalmente se optó por una decisión intermedia, que intentaba aprovechar el potencial de las tropas de tierra de Farnesio, un ejército muy experimentado y superior en teoría a lo que pudieran poner frente a él los ingleses una vez desembarcado. Para ello una heterogénea y enorme fuerza naval para la época zarparía de la península, recogería a las tropas de Farnesio en Flandes y cruzaría el Canal para desembarcarlas en la isla. Por lo tanto el objetivo de la empresa desde el punto de vista naval no fue tanto batir a la flota enemiga sino completar la singladura y efectuar el cruce. El plan exigía un alto nivel de coordinación, y a sus dificultades naturales se sumaba la heterogénea fuerza naval, ya que en la época no se había estandarizado un navío de guerra unificado, sino que las flotas se componían de buques muy diversos, muchos de ellos mercantes armados, que sumaban  sus fuerzas a navíos más orientados a misiones de combate. Además la flota reflejaba la disparidad de escenarios en los que debía desempeñarse el imperio de los Austrias, ya que a los galeones de guerra y naves de alto bordo que predominaban en el escenario atlántico se sumaron  también galeazas, pataches y buques diseñados para operar en el mediterráneo, y consecuentemente poco preparados para los temporales del mar del norte. Así, finalmente se apresta la flota en 1588 en el puerto de Lisboa para  iniciar la empresa.

Es en ese momento cuando la empresa ya sufre su primera pérdida sensible incluso antes de partir. El marqués de Santa Cruz, Don Álvaro de Bazán, fallece privando a la armada del mando más cualificado desde el punto naval que disponía Felipe II. Se hará cargo de la expedición D. Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Duque de Medina Sidonia, quien cargaría con la responsabilidad del desempeño de una misión terriblemente dificultosa, y a quien la historia ha tratado de manera en cierta forma injusta.

Finalmente se aprestan 130 buques mayores, entre ellos 65 galeones de guerra. Una fuerza sin duda impresionante y bien artillada, aunque su desempeño en combate se vería comprometido por simultanear el transporte de munición, tropas y material para la expedición de Farnesio. Una intervención destacada era el contingente que aportaba el Reino de Portugal, que por aquel entonces formaba parte del imperio de Felipe II y contaba con un buen número de buques y marinos curtidos en la navegación atlántica. En total más de treinta mil hombres tripulan la Armada, cuando parte de Lisboa a finales de mayo. No tarda en encontrar problemas con vientos contrarios y mal tiempo, aparte de problemas con el suministro de agua. De este modo entra el La Coruña el 19 de julio, se reconcentra y parte el 22 de ese mes hacia el Canal de la Mancha. A finales de mes, frente a la costa Sur de Inglaterra a la que debe acercarse buscando vientos favorables, la Armada es avistada por los ingleses, frente al puerto de Plymouth. La flota inglesa se concentraba en el puerto, y se hubiese visto en un aprieto si Medina Sidonia hubiese atacado, ya que contaba con el viento a favor y espacio para maniobrar frente a un enemigo confinado. Sin embargo el Duque se ciñó al plan poniendo proa al canal para cumplir el objetivo principal, embarcar a las tropas en la costa de Zeelandia, en los Países Bajos.  El primer contacto tendrá lugar el 31 de julio, de forma tímida aunque la Armada perderá dos galeones, uno en un abordaje y otro al estallar su santabárbara de forma accidental.

Sin noticias de Farnesio y en constante combate, la flota fondea en Calais. Allí es donde, en la noche del 7 al 8 de agosto de 1588, los ingleses bajo el mando de John Hawkins lanzarán ocho brulotes en llamas hacia la flota. Muchos navíos se ven obligados a picar los cables de sus anclas y el amanecer sorprende a la flota dispersa, con algunos buques aún anclados y otros derivando peligrosamente hacia la costa llena de bancos de arena. Aprovechando esta circunstancia, dado que hasta entonces los de Medina Sidonia habían mantendio una eficaz formación defensiva, Los ingleses lanzan un ataque en profundidad y comienza la que recibiría el nombre de Batalla de Gravelinas. Los combates se sucedieron, y el mayor alcance y capacidad de maniobra de los buques británicos iba a toparse con la robustez y tenacidad en la defensa mostrada por los navíos imperiales. El galeón de Medina Sidonia, al principio casi solo y después reuniendo a su alrededor unas 40 naves, aguanta el empuje de más de un centenar de navíos ingleses mientras el resto deriva hacia la costa. Sin resultados definitivos en el combate y gracias a que el viento roló inesperadamente, el día se cierra con la pérdida de sólo un galeón hundido en combate y otro perdido sobre los bajos de la costa.

Sin embargo la Batalla de Gravelinas marca el enfrentamiento más violento de la campaña. Pese a no haber derrotado a la flota enemiga, los ingleses han conseguido su objetivo. La armada deriva hacia el norte arrastrada por los vientos y corrientes, falta de municiones, víveres y con un enorme número de buques dañados por el combate. No podrá encontrarse con Farnesio.

La única ruta practicable con el régimen de vientos y corrientes imperante es dirigirse al norte, pasar alrededor de Escocia e irlanda y bajar atravesando el Golfo de Vizcaya. En este periplo es donde la Armada recibirá los mayores daños. Un buen número de  buques no aguantará la travesía y naufragará en costas irlandesas. La flota irá arribando a diferentes puertos del norte peninsular. Medina Sidonia desembarcará en Santander gravemente enfermo el 30 de septiembre.

Pese a la leyenda, la derrota de la Armada no fue ni mucho menos definitiva. Los últimos datos apuntan a que no se perdieron más de 35 buques por todas las causas, y muy pocos de los robustos galeones. Muchos otros quedaron gravemente dañados, pero Felipe II siguió teniendo capacidad para defender de forma eficaz tanto sus costas como el nexo transatlántico con las colonias tan importante para su Imperio. 10.000 hombres dejarían sus vidas en la empresa. Aún habría sin embargo otros dos intentos de repetirla.

Los ingleses por su parte pagaron un oneroso tributo por su victoria. Una epidemia de tifus, los combates y los naufragios en el marco de la campaña provocarían aproximadamente el mismo número de bajas que en el adversario.

Al año siguiente, Francis Drake se pondría al mando de la llamada "contraarmada" dirigiendo un ataque dirigido a saquear las costas portuguesas, y en especial Lisboa, atacando asimismo las concentraciones de buques enemigos en puerto para rematar el trabajo. Esta expedición llevaría a Drake a atacar La Coruña y de la misma no le quedaría muy buen recuerdo al antiguo corsario inglés, pero eso, una vez más, es otra historia...

Fuentes: wikipedia, todoababor