El pasado sábado se cumplían 112 años desde que la flota española del almirante Cervera fuera aplastada por la del estadounidense Sampson frente al puerto de Santiago, en Cuba.
Fue en un año de mal recuerdo para España, al menos para aquellos con ambiciones colonialistas, un final de siglo en donde dejó de ser una potencia mundial. Atrás quedaba un pasado lleno de gloria.
El 3 de julio de 1898 la escuadra del almirante Pascual Cervera y Topete se encontraba en el puerto cubano de Santiago. España y Estados Unidos estaban en guerra tras la explosión del acorazado Maine en La Habana’, excusa forzada por los norteamericanos para justificar la toma de las colonias españolas en América.
Su flota estaba formada por un crucero acorazado (Cristóbal Colón), tres cruceros protegidos (Infanta María Teresa, Vizcaya y Almirante Oquendo) y dos modernos destructores contratorpederos (Plutón y Furor).
Enfrente, la flota del almirante William Thomas Sampson era muy superior: tres acorazados modernos (Iowa, Indiana y Oregon), un crucero acorazado (Texas), dos acorazados protegidos (Brooklyn y New York), un cañonero (Ericsson) y tres cruceros auxiliares (Gloucester, Resolute y Vixen).
Cervera no las tenía todas consigo, y ya a su salida de España escribía a su hermano “vamos a un sacrificio tan estéril como inútil”, y cuando el 2 de julio recibió la orden de zapar a través del capitán general Ramón Blanco desde la Habana, envió una carta al Ministro de Marina en que le recordaba “con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto unánime de los generales de Marina que significa la desaprobación y censura de mis opiniones”.
Y es que la situación de la flota española en Santiago era delicada, no sólo por su inferioridad, sino porque al igual que el puerto era muy seguro y de fácil defensa, la salida era compleja, lo que obligaría a sus barcos a ir casi en filia india, ofreciendo una inigualable oportunidad a los norteamericanos de jugar al ‘tiro al plato’, lo que terminaría ocurriendo.
Sin embargo, la presión mediática desde España y, sobre todo, el avance de los Estados Unidos por tierra, forzó la salida de la escuadra para evitar ser tomada en puerto sin el debido sacrificio que, desgraciadamente, está tan bien visto en la guerra.
Cervera hizo que sus barcos navegasen lo más pegado a la costa posible, intentando así que, en caso de ser hundidos, las posibilidades de sobrevivir de sus tripulantes fueran mayores.
El primero en asomar la proa fue el insignia, el Infanta María Teresa, que recibió el fuego concentrado de todos los enemigos hasta dejarlo inservible. Uno a uno el resto de barcos españoles fueron corriendo la misma suerte, aunque sólo el destructor Plutón se hundió, quedando el resto muy dañados y embarrancados.
El balance de víctimas lo dice todo: 371 muertos y 151 heridos por parte española y uno sólo y dos heridos entre los norteamericanos.
Un duro golpe para la flota de España que, desde ese día, no ha vuelto a estar, ni de cerca, al frente de la carrera armamentística naval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario