Así, en junio de 1801 el contraalmirante francés Linois se hizo a la mar desde el puerto de Tolón con tres navíos de línea: El Formidable y el Indoptable, de 80 cañones, y el Desaix, de 74, acompañados de la fragata de 40 cañones Muiron. Su misión era alcanzar Cádiz para hacerse cargo de una serie de navíos de línea españoles que iban a ser transferidos a la armada francesa. Uno de ellos, el Saint-Antoine, anteriormente San Antonio, de 74 cañones, ya esperaba en Cádiz con tripulación y mando franceses.
Vientos contrarios persistentes, y la noticia recibida de que una escuadra inglesa mantenía bloqueado el puerto de Cádiz hicieron que Linois recalase en el apostadero de Algeciras, bajo los mismos bigotes de la base inglesa de Gibraltar. Linois ancló sus buques cercanos a la costa, bajo la protección de varias baterías de costa españolas, que sin embargo no estaban demasiado artilladas. También se encontraban en el apostadero varias lanchas cañoneras, pequeños botes dotados de una única pieza pesada en proa y manejados con pequeñas velas y remos que resultaban muy peligrosas en combates con calma chicha o en radas, ya que podían situarse para ofender los puntos débiles y desprotegidos de los buques mayores sin que estos pudiesen maniobrar para presentarle el costado. Esta arma fue utilizada con profusión y mucha efectividad por la armada española, bajo el nombre de fuerzas sutiles, como tuvimos ocasión de con la captura de la flota de Rosilly en 1808.
El almirante británico Saumarez fue informado ya el día 6 de julio del paradero de los buques franceses, y confiado al verlos aparentemente desprotegidos, y contando ya con 6 navíos de línea para el ataque, no esperó refuerzos y el día 7 de julio de 1801, con las primeras luces, intentó forzar la bahía de Algeciras con intención de capturar la flota francesa. Fue recibido con un fuego tremendamente certero por parte de las baterías de costa, y con los buques franceses al ancla cercanos a la costa para impedir que se pudiese doblar la línea.
Unos vientos flojos y cambiantes hicieron que la flotilla de cañoneras española se pudiese emplear a fondo mientras los buques británicos trataban de sortear los bajos que jalonaban la bahía y sustraerse del fuego de los navíos franceses y de las baterías de costa. El navío inglés Pompée recibió una descarga afortunada que hizo que virase sobre sus anclas presentando su proa al Formidable, que aprovechó para enfilarlo. Viendo la situación apurada de su navío, Saumarez ordenó al Hannibal, de 74 cañones, que lo apoyase. éste sin embargo al maniobrar embarrancó en unos bajos y quedó inmóvil bajo el fuego de las baterías de costa y las cañoneras.
La situación devino insostenible para el ataque inglés, que finalmente tuvo que retirarse con sus fuerzas restantes remolcando al desarbolado Pompée y abandonando a su suerte al Hannibal, que fue capturado. Todo bajo atenta mirada de una atónita población, la de Gibraltar, acostumbrada a contar por victorias todos los combates de los que tenía noticia.
Los navíos franceses quedaron bastante maltratados, y cinco cañoneras españolas fueron destruidas. Pero Los británicos habían perdido un navío de línea de 74 cañones, con otro gravemente dañado (El Pompée) y daños de consideración en el resto. Aunque en mi opinión lo que resultó más dañado sin duda fue su orgullo. No tardarían mucho en reponerse de la pérdida, si bien en este caso ayudados por la fortuna y unos mandos adversarios poco diligentes. Pero eso, una vez más, es otra historia...
Fuentes: Todoababor, Wikipedia.
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