El cruce del Pasaje del Noroeste fue, durante siglos, la asignatura pendiente de muchas potencias navales en su intento de cruzar desde el Atlántico al Pacífico sin tener que realizar la larga travesía bordeando el continente de África o combatir contra las inclemencias climatológicas en el peligroso Cabo de Hornos.
Muchos marinos importantes lo intentaron, como Juan Caboto (uno de los primeros europeos en llegar a la parte continental de Norte América), Jacques Cartier (primer francés en pisar el Nuevo Mundo y descubridor de Canadá), Henry Hudson (el primero en llegar con sus naves al Ártico) o el de sobras conocido Cristóbal Colón.
Pero fue un sueco, Roald Amundsen, el que se apuntó el tanto.
El 16 de junio de 1903 partió desde Oslo a bordo de un pequeño velero (con motor) de su propiedad, el Gjøa, con sólo 6 tripulantes a bordo y un ambicioso objetivo por delante que le reservaría otro pasaje ilustre en la historia de los descubrimientos.
Su recorrido le llevó por la Bahía de Baffin y los fríos Estrechos de Lancaster, Peels, James Ross y Rae hasta llegar a la región conocida como Gjoa Haven, en Nunavut (Canadá).
El duro invierno haría de las suyas y Amundsen y los suyos se vieron obligados a permanecer en tierra dos años esperando un tiempo más llevadero y poder sortear así los peligrosos hielos y tempestades.
Pero la espera no fue en balde, ya que el descubridor noruego, que tenía nociones de magnetismo tras haber estudiado en Holanda, pudo registrar el movimiento del Polo Norte Magnético, algo que nadie había hecho antes. También tuvo la oportunidad estudiar el pueblo local de Netsilik, en donde aprendería hábitos de los nativos que serían fundamentales de cara a su supervivencia, como el vestirse con ropas de animales o, casi más importante aún, el transporte por medio de trineos tirados por perros.
Una vez consiguió zarpar el Gjøa, viajó hacia el sur hasta Isla Victoria para atravesar el 17 de agosto de 1905 el Archipiélago Ártico, pero una vez más el invierno detuvo su marcha antes de su llegada a Nome (su destino), en Alaska.
Viajó 800 kilómetros hasta Eagle City, en donde conocía de la existencia de una estación telegráfica, para comunicar al mundo su logro.
Un viaje en donde, además del logro, aprendió métodos de supervivencia que serían claves en la conquista del Polo Norte pero, como ya hemos dicho en más de una ocasión en estas líneas, esa es ya otra historia.
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